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En las últimas dos semanas de marzo comandos de infantería del ejército turco (el segundo mayor contingente militar de los países miembros de la OTAN) atacaron bases guerrilleras de las fuerzas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), rompiendo una tregua unilateral bastante duradera iniciada por la izquierda kurda. Los medios masivos internacionales ignoraron solemnemente el hecho, cuidando de no afectar la imagen de Turquía delante de las autoridades occidentales.

El gobierno de Ankara tiene dos metas permanentes. Una, es el ingreso en la Unión Europea (UE); otra, la derrota militar y política de la amplia base social movilizada por el Confederalismo Democrático, organizada por el análisis teórico de Abdullah Ocalan. Puede parecer extraño para la lógica de la geopolítica, pero el Estado Turco teme más el KCK (frente de masas y movimiento popular kurdo) que al frente armado de la izquierda democrática. Así, la represión opera en dos niveles. Aumenta por un lado el conflicto armado en las montañas del Kurdistán y criminaliza los dos partidos legales de la izquierda kurda, el HDP y su organización de cuadros, el DBP. El efecto nefasto puede ser hacer inviable el proceso electoral, que está cerca, luego, ofrecer una salida imposible para la izquierda kurda: en función de poder participar de las elecciones, tendrían que abrir mano de su programa estratégico, cosa que no va a suceder.
El actual mandatario turco, Recep Tayyip Erdogan (del partido AKP, islamista), cuenta con dos fuentes de apoyo de la base conservadora, de la sociedad islamita, además militar (nacionalistas turcos) pro-fascistas. Por el piso de cima de la sociedad turca, el AKP atenúa un histórico antagonismo, entre islamitas (sus electores preferenciales) y los generales de la extrema-derecha kemalistas (nacionalistas kurdos con inclinaciones fascistas). Por otra parte la base popular conservadora nacional, está aliada con Erdogan, aceptando inclusive su política económica de inclinaciones neoliberales. Después de la rebelión de la Plaza Taksim, el poder del partido islámico y los lazos con los eternos conspiradores militares (la conocida Red Ergenekon, una instancia secreta de conspiradores militares, políticos, sindicalistas oficialistas y periodistas) fueron reforzados, aumentando la fuerza del Poder Ejecutivo y colocando en jaque la viabilidad de la democracia liberal en el país.
Desde entonces, las tácticas arriba citadas, conocidas como Ergenekon, siguen siendo que la política represiva incluye intimidación de líderes públicos, militantes de base y operadores del HDP y del DBP, el frente legal - electoral vinculada al PKK en Turquía. Todas las contradicciones  de una democracia tutelada, bajo eterna vigilancia militar. En la «democracia» turca, las regiones (equivalentes a estados o provincias) tienen su gobierno local indicado por Ankara, pueden ser colocadas bajo estado de emergencia y gobernadas (de hecho) por un siniestro aparato de seguridad nacional.
En la actualidad, el gabinete de Erdogan combina algunos de los peores males del mundo: la economía de corte neoliberal; simpatías al inte-grismo islámico y el apoyo de los militares envueltos con las peores redes de la extrema derecha (con orígenes en la segunda Guerra Mundial), siendo, por ejemplo, reconocidos compañeros de la antigua Red Gladio italiana (la misma que habría organizado la relación con la Loja Masónica P2 y que  organizó el atentado contra Juan Pablo II).  Internamente, son estas fuerzas las que operan como fuerza de ocupación en el Kurdistán Turco (en el sudeste del país), promoviendo «limpieza étnica» y removiendo más de 3.800 aldeas kurdas a lo largo de los últimos 30 años.
Turquía es el elemento céntrico para interpretar las relaciones entre el Occidente y el Oriente Próximo, además de ser el Estado de mayoría islámica, con economía más dinámica. Las élites turcas rivalizan con Irán (bajo hegemonía persa y chiita) y con Arabia Saudí (árabes sunitas de credo wahabita integrista), y por esta lógica, apoyan los rebeldes fundamentalistas de  Siria, aumentando la tensión entre sunitas y chiitas.
En base a esta realidad, se cuidan de no apoyar al Estado Islámico (Daesh),  sólo de forma discreta, pero no tienen escrúpulos, de organizar  a la vez, las más genocidas alianzas contra la causa de los pueblos del Kurdistán. El gran aliado de Turquía en la lucha contra la izquierda kurda, es el gobierno de un territorio casi independiente del Gobierno Regional Kurdo (KRG, localizado en el norte de Irak), comandado por la oligarquía del clan de los Barzani (una familia que se presenta en los EEUU, con un  gran apoyo de Israel, como «los príncipes de Kurdistán), cuyo partido, el KDP, es considerado como el partido hermano del AKP de Erdogan.
En el fondo hay una sola verdad, la necesidad del combate por la liberación de los y las oprimidas de la región. El frente kurdo en territorio ocupado por el Estado turco es estratégico –justo por contener la reserva militar del PKK (el HPG) y operar como santuario donde el Partido puede reproducir su línea, entrenar a sus cuadros y movilizar sus columnas para apoyar la guerra de liberación contra el ISIS en Rojava y en el Shingal.
Si el PKK pierde este control territorial,  no podría dar soporte a los cuatro frentes abiertos a la vez.
Este es el fuerte y la balanza para la posibilidad de victoria, al proyecto de Confederalismo Democrático para los pueblos del Kurdistán.