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Jesuitas mártires: seis vidas por el pueblo

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Al filo de la madrugada del 16 de noviembre fueron asesinados en el recinto de la Universidad Centroamericana de San Salvador seis sacerdotes jesuitas con los que el equipo de Envío tenía vínculos profesionales y personales muy estrechos y muy antiguos.

Por qué no se van de a-quí, padre? Es peligroso.
«Es que tenemos mucho que hacer, hay mucho trabajo».
Todos los trabajos de los que hablaba Nacho quedaron inconclusos pocas horas después. Los truncaron un derroche de balas pegadas por el gobierno norteamericano y esa crueldad bárbara que ha caracterizado durante décadas a los cuerpos armados salvadoreños.
A Ignacio Ellacuría, Amando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes y Joaquín López, compañeros, hermanos, dedicamos estas páginas que siempre se quedarán cortas para medir el dolor que nos dejó su muerte y el orgullo que sentimos por su vida.

El Salvador era otro
A las 8 de la noche del sábado 11 de noviembre, cuando se desmoronaba el muro de Berlín, el FMLN quiso derribar otros muros no menos injustos y lanzó una poderosa ofensiva político-militar que convirtió a San Salvador, por primera vez, en teatro sostenido de la guerra. Una guerra revolucionaria que dura ya 10 años. Al estudio de las raíces de esta guerra, al problema estructural de este país tan pequeño y tan atravesado de desigualdades, dedicaron su vida los sacerdotes asesinados.
25 años de vida iba a cumplir la UCA en 1990 y ya el equipo de la Universidad hacía los planes para la celebración. Hasta el programa de actos tenían diseñado. Para marzo, y en ocasión del décimo aniversario del martirio de Monseñor Romero, se cumpliría parte del programa. En septiembre sería la celebración más académica.
«Eran un equipo de trabajo muy unido», dice el padre César Jerez, que fue provincial de los jesuitas centroamericanos y los conoció a todos mucho y por muchos años. «Los unía la pasión por El Salvador. Esa pasión era un gran amor. Pero no sólo era eso. Era también una capacidad de trabajo permanente, a ritmo de infarto. Esa pasión les hizo meterse con éxito en tremendas empresas. Supieron aglutinar en torno a ellos a un grupo de gente excepcional y convirtieron a la UCA de San Salvador en uno de los centros intelectuales más importantes de toda Centroamérica. Desde ahí, sus análisis, su proyección teológica, su divulgación de una teología profundamente comprometida, el trabajo editorial, toda esa infraestructura que crearon y que les permitía proyectarse en El Salvador, en el área, en todo el mundo».
Cuando se inició la ofensiva del FMLN, el rector de la UCA, Ignacio Ellacuría, estaba en Europa. Había testimoniado ante el Parlamento de la República Federal Alemana sobre la situación salvadoreña –discípulo de Karl Rahner, era allí bien conocido. En Barcelona, había recibido el Premio de la Fundación Alonso Comín. El lunes 13 regresó a El Salvador en la tarde, cuando casi empezaba el toque de queda impuesto por el gobierno, al igual que la ley marcial y una total censura de prensa.
Ellacuría percibió que llegaba a un país diferente al que había dejado sólo tres semanas antes.
«Vamos a volver al año 80», dijo.
El año 80 fue un año de represión generalizada, donde se rompieron todos los diques y corrieron ríos de sangre. Asesinatos como el de Monseñor Romero, el de los dirigentes del FDR y el de las religiosas norteamericanas, estremecieron al país y al mundo. Se prometieron entonces exhaustivas investigaciones que nunca llegaron a ninguna conclusión y casi 10 años después estos crímenes permanecen impunes. En octubre de aquel año varias bombas causaron destrucciones en la casa de estos jesuitas hoy asesinados. En enero de 1981, la violencia de defensa ante esta violencia represiva, la «contraviolencia de los pobres» –como la llamaba Monseñor Romero– se organizó y dio inicio a la guerra que espera tener en la actual ofensiva del FMLN su capítulo final. Las tres semanas que cambiaron el país al que regresaba Ellacuría tienen como telón de fondo el fracaso de las dos reuniones de diálogo celebradas entre el gobierno de ARENA y el FMLN en México y Costa Rica.
En septiembre y en México, el FMLN presentó un plan con las tres fases que debía tener el proceso de paz y los 5 grandes puntos que debían ser negociados para llegar a un cese definitivo de hostilidades. El gobierno no presentó nada. En octubre y en San José, el FMLN detalló esos 5 puntos sobre los que era necesario negociar. La comisión del gobierno, argumentando que eran «dos libras de papel, mucho para leer», no tomó ninguna posición sobre estos puntos trascendentales de negociación: la desmilitarización del país, la reforma de la Constitución, medidas económicas que hagan menos insegura la vida de los pobres y el respeto a los derechos humanos. La única propuesta del gobierno fue la rendición incondicional del FMLN.
En San José, el gobierno de ARENA demostró ante los observadores de la Iglesia, de la UNO y de la OEA que no estaba dispuesto a negociar nada y sí a dialogar indefinidamente mientras profundizaba la guerra, aniquilaba a los guerrilleros y cerraba espacios a los que ARENA llama «fachadas del FMLN». Entre estos, estaban los jesuitas de la UCA.
Días después del encuentro de San José, el FMLN atacó las instalaciones del poder real, en momentos en que toda «la Tandona» (los coroneles «areneros» que controlan a las fuerzas armadas) estaban reunidos. En desigual respuesta, el 30 de octubre, el gobierno colocó una poderosa bomba en el local de las madres de desaparecidos, las COMADRES, cuando había más de 100 de ellas reunidas en el local. Y al día siguiente, otra bomba en el comedor del local principal de la federación de sindicatos, que lo destruyó y mató a los 10 conocidos dirigentes sindicales, hiriendo de gravedad a más de 30 personas. La bomba, contra objetivos civiles, y la declarada voluntad de no-negociación, expresada pública y ostentosamente por los militares fue interpretada en el país como una declaración de guerra contra todos los que se oponen a la continuación de la guerra.
Estos son los antecedentes inmediatos de la espectacular ofensiva del FMLN, dirigida a llamar la atención mundial sobre la obcecación militarista del gobierno de Cristiani y del gobierno de Bush, que le apoya, y a forzar a los militares a negociar la paz.
El país era otro. Y volvieron a salir a la superficie, sin pudor, las fuerzas criminales de los años 80, esencia misma del partido ARENA, fundado en el 85 por Roberto D'Aubuisson, el asesino de Monseñor Romero.

«Tenían miedo a la verdad y tenían a la UCA en la mira»
A las pocas horas de iniciada la ofensiva, el gobierno encadenó a todas las emisoras radiales del país a la emisora del ejército, Radio Cuzcatlán, para controlar toda la información que se difundiera. A la radio llegaban llamadas de simpatizantes de ARENA en la que se alentaba a acabar con los «culpables» de aquel desorden. En las listas de los señalados aparecían una y otra vez «Ignacio Ellacuría y los jesuitas de la UCA». Para ellos se pedía la muerte.
La muerte también para el arzobispo Rivera y el obispo Rosa Chávez, la muerte para los dirigentes obreros de la UNTS y para Ungo y Zamora, dirigentes de la Convergencia Democrática. Se pedía la muerte en un clima de odio que la emisora militar alentó abiertamente hasta que en la noche del día 15 se produjo el asesinato de los seis sacerdotes. Uno de los que llamó sugirió, por ejemplo, que esa mayoría de salvadoreños que son los pobladores de los míseros tugurios, barrancas y barrios pobres de San Salvador fueran reunidos en un único campo de concentración, por ser todos «maleantes y guerrilleros».
No fue la ofensiva guerrillera la que abrió las puertas al odio oficial o a la violencia de los simpatizantes de ARENA. Es exactamente al revés. Porque la ofensiva del FMLN buscaba también desvelar del todo el rostro represivo del gobierno arenero, maquillado únicamente para ganar las elecciones. Después de ganarlas, las pinturas empezaron a caer y desde que en abril llegó al poder ARENA, con Cristiani al frente, se inició una creciente ola de represión por todo el país: atentados dinamiteros, cateos, capturas, torturas y asesinatos.
Las aguas violentas de esa ola amenazaban constantemente a la UCA. El 22 de julio, un grupo de militares colocó cuatro bombas que destruyeron parte de la imprenta de la universidad. Pero no eran sólo ataques con dinamita. Arreciaba también la campaña verbal de voceros de ARENA y del ejército contra los jesuitas de la UCA, a los que, entre otros muchos cargos, se denunciaba por estar inspirados por «un cardenal pagano que celebra misas negras en honor de dioses paganos» (el Cardenal Arns, de Brasil).
En su segundo número de julio, la publicación quincenal de la UCA, «Carta a las Iglesias», juzgaba que la campaña oficial de hostigamiento y violencia contra la UCA tenía sus razones en «el miedo a la verdad»:
«La razón principal es que la UCA muchas veces se convierte objetivamente en adversario de proyectos económicos, políticos y militares del gobierno. Y puede ser adversario poderoso, no porque tenga poder económico, político o militar, sino porque tiene el poder social basado en la palabra universitaria, racional y cristiana. Y si esa palabra es palabra de verdad, entonces se convierte en poder incómodo.
Lo que la UCA pretende a través de sus investigaciones y publicaciones es que la realidad salvadoreña tome la palabra, analizar las causas de por qué se ha llegado a la tragedia actual y proponer los caminos más humanos y viables de solución. Expone además la verdad, cuantificándola y analizándola: las violaciones a los derechos humanos y sus responsables, el estado de empobrecimiento y sus causas, el número de refugiados y sus raíces, la marcha de la guerra y su impasse. La UCA pretende, pues, decir y analizar la verdad. esto es lo que no gusta y esto es lo intolerable para algunos. Aquellos que –al menos por fórmula– condenan la violencia venga de donde venga no están dispuestos a aceptar la verdad venga de donde venga». (La alusión final estaba dirigida claramente al Presidente Cristiani pues de él se contaba en el mismo artículo que había condenado las bombas contra la imprenta de la UCA porque se oponía a «toda violencia, venga de donde venga»...).