Las dimensiones inconmensurables de la infamia y la «oposición» venezolana

salvadorlopezIsrael Centeno es un escritor venezolano que ha publicado varias novelas en Alfaguara e incluso, si no ando errado, ha sido premiado en alguna ocasión por el mismo grupo editorial.

En la mañana del 15 de enero se destapó con un artículo, con el muy afable, cariñoso, «culto» y objetivo título: «Venezuela postorwelliana», que por supuesto también merece ser premiado y ubicado en lugar destacadísimo de la historia universal de la infamia periodística.
No, no es una exageración, no es rabia. Veamos sucintamente algunas de las muy sesudas reflexiones y documentadas informaciones del señor Centeno, de nombre Israel.
Los compases iniciales son de literato con pretensiones y mucha mala baba: «Una realidad ultra analizada reverbera y genera toda clase de sonidos; una bulla con pocas posibilidades de articulación armoniosa de algo cierto». Tocados y hundidos. Sigue: «La enfermedad y la muerte son temas comunes a nuestra naturaleza, pero leerlas dentro del contexto venezolano, determinado por el caudillismo y las tensiones que produce la polarización política, impone una mirada desaprensiva. La consigna girada desde el mando político de la revolución pareciera ser, siembra el rumor especulativo para cosechar victorias». Lo del caudillismo, leído aquí, en España, donde hemos sufrido durante más de 40 años el criminal caudillaje del Caudillo, el general africanista, Francisco Franco, hace encender todas las alarmas de la indignación.
Se tienen muchas lecturas sobre enfermedad del comandante-presidente, prosigue don Israel con guión nada inocente. Sus posibles consecuencias y el desenlace de la condición que lo aqueja, señala, «determinan la bitácora de la dialéctica política con las más variadas interpretaciones; cada una pareciera más creativa que la anterior; desproporcio-nadas, distantes, irónicas, sarcásticas; se ha apelado a todas las figuras retóricas, a los guiños y al fastidio de un lenguaje oscilante y recurrente para tratar el meollo de la situación». ¿Cuál situación? ¿Cuál enfermedad?, pregunta, ¿qué verdad –¡qué verdad, pregunta!– estamos buscando? ¿Qué verdad busca don Israel? Quienes siguen el tema de la santificación de Hugo Chávez, señala el escritor premiado con este desprecio insoportable de las élites, «navegan sobre todas las contradicciones contempladas por el materialismo dialéctico –paradoja». ¿Sabrá el autor de Calletania de qué está hablando exactamente? ¿A qué contradicciones contempladas por el diamat se refiere? La verdad, asegura, aprovechando que Caracas empieza por C y Santos gobierna en Colombia, «es un extravío más cercano al chiste morboso que a los hechos». Lo dice don Israel. Punto y aparte.
Los organismos de información del Gobierno venezolano, asegura a continuación don Centeno sin cortarse un pelo, «ejecutan el papel de una gran maquinaria de desinformación, cuyo único objetivo es diluir y dispersar cualquier posibilidad de constituir sin ambigüedades un hecho». ¡Qué filósofo! ¡Constituir sin ambigüedades! Parece que don Israel esté hablando de los medios de intoxicación de la derecha opositora, golpista en ocasiones, pero no, habla de otros medios.
Pero no solo eso. Según don Israel «el asesinato de la verdad es el primer objetivo de un propagandista; plantar ideas y hacer que las masas actúen de acuerdo a los escenarios prefigurados por los operadores políticos –¿religiosos?–, un fin. El Ministerio Popular de Información de tal manera, deviene en el Ministerio Popular para la Desinformación y la Propaganda». Para la desinformación y la propaganda, como si toda propaganda fuera en sí un vértice negativo y manipulador. Objetivo, informado, equilibrado, ¿no les parece? Mejor imposible.
Está luego el toque anticubano acostumbrado. Entre líneas: «La línea estratégica, o dramática, pareciera ser alzarle el volumen al padecimiento, agonía y probable muerte del comandante presidente, mezclar las distintas capas de la realidad manipulada por la inmensa infraestructura propagandística del Gobierno, echar mano a los resabios totalitarios usados por otras experiencias con el fin de preservar el poder para la fe de la feligresía y aún la de los que se dicen herejes». La cursiva es mía. Está, además, «el uso y abuso de las televisoras, radios, cadenas, guerrilla comunicacional», y las «concentraciones cívicas militares» (sic) y la exposición dramática de las contradicciones entre los voceros de El Partido –las mayúsculas son de don Israel, incluyendo la del artículo– en las redes sociales, «tiene un predecible fin político-religioso y no la esperada función informativa». Político-religioso: ¿observan la sofisticación del comentario?
Para IC un gobierno autocrático se ha adueñado de todas las instituciones del Estado. De todas, sin excepción. Y, además, por si faltara algo, no informa, no dice la verdad, en absoluto. De hecho, prosigue, nadie en su entorno goza de libertad para expresarse con espontaneidad. Nadie, ni él mismo por lo que parece. Incluso, la escalada de la infamia sube más y más enteros, «la desaparición y los rumores sobre la enfermedad, muerte y posible resurrección del líder, aunque parecieran una hipérbole paranoica de Orwell», son manipuladas por el propio líder «desde cualquier limbo donde hoy se encuentre ahora y siempre». Pero no es suficiente, la estocada final viene en los últimos compases: el objetivo, señala don Israel, es «desplazar el interés nacional hacia donde lo crea necesario y conveniente la revolución, la nueva Iglesia, y los vicarios de Chávez en la tierra». ¡Qué objetiva, veraz, informativa, equilibrada e ilustrada razón la defendida por don Centeno! ¡Qué razones tan razonables las suyas!
¿Dónde se ha publicado este artículo se preguntarán ustedes? ¿En La Razón, en el ABC, en La Vanguardia, en El Mundo tal vez, en algún diario de la beligerante extrema derecha venezolana-usamericana? Nada, nada de eso. En El País, en el diario global-imperial.
¿Les extraña? No claro, no les extraña. Tienen razón: no debería extrañarnos.

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