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En caso de ganar en Grecia, Syriza se convertiría en el primer partido europeo que llega al poder con un discurso en contra del ajuste y contra los dispositivos de rescate financieros monitoreados por la UE, el Banco Central Europeo y el FMI.

Entre septiembre y diciembre, la Unión Europea (UE) vive una de sus más agitadas pesadillas. Después del referéndum sobe-ranista en Escocia de septiembre pasado, el auge de las llamadas izquierdas radicales europeas viene a introducir un ingrediente suplementario de agitación y de profundo cuestionamiento del modelo financiero con el que la Unión Europea funciona desde hace años. Las alternativas que ofrecen las izquierdas radicales de España –Podemos– o de Grecia –Syriza– y la atracción electoral que las confirman como nuevas fuerzas políticas ineludibles pusieron a Bruselas en un tenso compás de espera. La historia se aceleró en los últimos días luego de que, ante la incapacidad de designar a un nuevo presidente –en este caso el conservador Stavros Dimas, que contaba con el respaldo de la UE–, Grecia convocara a elecciones legislativas anticipadas para este 25 de enero. Las encuestas de opinión vaticinan un triunfo de la izquierda radical de Syriza, el partido de Alexis Tsipras. Con un 30 por ciento de las intenciones de voto, Syriza se apresta a protagonizar la primera victoria de la “izquierda de la izquierda” en Grecia y, también, el inicio de un ciclo histórico: en caso de ganar: Syriza se convertiría en el primer partido europeo que llega al poder con un discurso en contra de la austeridad y contra los dispositivos de rescate financieros monitoreados por la “troika” –el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la UE. El líder griego ya dijo que “la política de austeridad será muy pronto una cosa del pasado”.
Grecia, Portugal, Chipre, Irlanda o España, la brisa del cambio viene principalmente de los países del sur. La tendencia hacia la izquierda en estos países contrasta con lo que ocurre en el norte de Europa, donde la crisis y la austeridad propulsan más bien a la extrema derecha. Ante una socialdemocracia inerte y pactista, las izquierdas radicales encontraron un terreno de legitimidad muy fértil. Como lo explica al vespertino Le Monde el profesor y especialista de los radicalismos políticos, Jean-Yves Camus, “para los socialdemócratas ya no hay más utopía. Ya no hay más proyecto de emancipación económica colectiva sino únicamente individual. A lo sumo, la socialdemocracia propone una utopía de sociedad, como por ejemplo el matrimonio para todos. La izquierda radical se opone a ello e intenta hacer comprender a los electores que el software actual puede ser algo muy distinto que una simple adaptación al mundo”. Las propuestas de Podemos en España y Syriza en Grecia van en esa dirección. El horizonte griego es para Bruselas una confirmación de esos postulados. No se trata sólo de ideas, sino de contenidos que van en contra de la ortodoxia liberal de la Unión Europea, empezando por la renegociación de los planes de rescate otorgados a Grecia por la troika a partir de 2010. El primero, que se extendió de 2010 a 2012, ascendió a 110 mil millones de euros. El segundo, por 130 mil millones, cubría el período de 2012 a 2014 y tenía que ser desembolsado por etapas y según la evolución de las reformas estructurales planteadas por los prestamistas. Por ahora, el FMI suspendió el pago de la ayuda hasta después de las elecciones. Bruselas teme que Syriza salga de la tutela financiera de la Unión Europea antes de que concluyan las negociaciones sobre el segundo plan de rescate. Y los europeos, como ya ocurrió en las elecciones de 2012, no se privan de agitar los pañuelos rojos, de esgrimir el ya conocido discurso “nosotros o el desastre”, o de afirmar que todo voto contra los planes de austeridad es, de hecho, un voto contra Europa. El comisario europeo para los asuntos financieros y monetarios, Pierre Moscovicci, llamó a los griegos a que, en las elecciones legislativas, “reafirmen una política pro europea porque las reformas emprendidas son necesarias”.
Más cínico, el actual presidente de la Comisión Europea, el ex primer ministro luxemburgués Jean-Claude Juncker, dijo “mi preferencia sería volver a ver rostros familiares en enero”. En suma, los adversarios de la izquierda radical griega, tanto dentro de Grecia como en el seno de la Unión Europea, acusan a Syriza de conducir el país a la quiebra y de empeñarse en querer que Grecia salga del euro. La falacia es absoluta. En ningún punto del programa del movimiento figura esta propuesta. El partido de Alexis Tsipras ya fijó las condiciones de la resurrección: un programa de 1.300 millones de euros destinado a paliar las consecuencias de la “crisis humanitaria”. Y en el capítulo que toca a la pesadilla europea, Tsipras anunció que reclamará a la Unión Europea una quita “realista” de una deuda que, según él, “es imposible de pagar”. El equipo económico de Syriza calcula que la deuda griega podría cancelarse en un 50 por ciento y que el resto “se pagaría con crecimiento”.
Las estadísticas griegas distan de ser tan optimistas como las que presentan los tecnócratas de la Unión Europea y la prensa del sistema: el país lleva seis años en recesión, tiene una deuda equivalente al 177 por ciento de su PIB, una evasión fiscal que la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) evalúa en un 25 por ciento del PIB, un desempleo que roza el 40 por ciento según los sectores mientras que, sólo en Atenas, hay cerca de 25 mil personas sin techo. La retórica de la izquierda radical es mucho menos incendiaria que hace unos años. Incluso incluye en su paquete de soluciones a la Unión Europea y al mismo Banco Central Europeo, con la diferencia de que, ahora, la prioridad no es reembolsar a costa de sacrificios sino pagarles a los sacrificados todos los esfuerzos que hicieron.
No sólo Syriza ha movido sus posiciones, también lo hizo la guardiana de la ortodoxia financiera de Europa, Alemania y su canciller Angela Merkel. A diferencia de hace cinco años, cuando Berlín impuso una camisa de fuerza de austeridad a Europa e insistió en que en ningún caso Grecia debía salir de la zona euro, Alemania modificó su postura con un plan revelado por el semanario Der Spiegel y bautizado “Grexit”. Según la revista alemana, Merkel y su equipo económico calculan que es ineluctable la salida de Grecia del euro si gana Syriza. Pero contrariamente a 2010, ahora, escribe Der Spiegel, los riesgos de que la zona euro se haga añicos sin Grecia “son limitados”. Alemania habría cambiado su análisis y opta ahora ya no por la idea de que el desastre de uno acarrea el desastre de los demás, sino por el principio de “la cadena”. La revista alega que la “teoría de la cadena es la opción dominante: si uno de los miembros más débiles de la cadena se cae, el resto de la cadena se torna más sólida”. Es lícito recordar que Europa ha reforzado su sistema mediante dispositivos de rescate como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) y otros planes piloteados por el Banco Central Europeo, el BCE.
De todas maneras, incluso con su anunciada victoria, Syriza no podría gobernar solo. Su triunfo no resolvería completamente el problema de goberna-bilidad de Grecia. Ioannis Papadopulos, politólogo en la Universidad de Macedonia, reconoce que “Syriza ya empezó a centrarse e, inevitablemente, tendrá que asociarse con un partido socialdemócrata para gobernar. Ello no quita que las izquierdas rojas de Europa viven una renovada primavera.” “La borrasca viene del sur”, escribe el matu-tino Libération. Los dos huracanes son, desde luego, Syriza y Podemos. Ambos han restaurado una idea que en los últimos años hacía reír a quienes escuchaban su enunciado: la lucha de clases, la certeza de que las sociedades modernas se han divido cada vez más entre quienes ganaron con la globa-lización y quienes perdieron con ella, entre los asistidos que pierden sus ayudas y los inversores que ganan en todos los casilleros. La Europa del Sur se ha convertido en un laboratorio espontáneo frente a ese ya experi-mentado laboratorio del liberalismo que es la Unión Europea. Este nuevo aporte no es tampoco ajeno a la idea de construcción europea, contrariamente a quienes sólo ven a Europa como un manantial liberal. De los 42 escaños que los partidos de la izquierda radical ganaron en las elecciones europeas del año pasado, ninguno de estos euroescépticos está contra Europa o de la integración europea. Anne Sabourin, miembro del Partido de la Izquierda Europea (GUI), asegura “no estamos contra Europa sino por otra Europa”. El motor de esta izquierda es la transformación, no la eliminación. Ahí está uno de sus hallazgos. El otro es haberse hecho escuchar pese a la brutal corrupción del pensamiento y de la política, a la propaganda de los medios, a la dictadura de la opinión única, el ejército de robots-analistas-comentaristas que destilan en los canales de televisión la sinfonía única del miedo, de la austeridad como destino salvador y del infierno si a alguien se le ocurre renunciar a ella.