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El Gobierno de Estados Unidos emite intensas señales de que prepara a la opinión pública para una eventual intervención armada en Siria con el pretexto de que las autoridades de ese país presumiblemente usaron armamento químico.

Un funcionario de la Casa Blanca que habló en estos días en condición de anonimato dijo que Washington “está casi seguro” de que Damasco empleó sustancias tóxicas contra civiles el pasado 21 de agosto.

La propia fuente afirmó en un comunicado difundido por correo electrónico que los servicios de inteligencia estadounidenses y de aliados internacionales han llegado a esa conclusión basándose en el supuesto número de víctimas reportadas y las hipotéticas declaraciones de testigos, reseña la página digital Bloomberg.

El presidente Barack Obama sostuvo un encuentro con su equipo de seguridad nacional y ordenó reunir “los hechos y las pruebas” antes de tomar cualquier decisión, todo en medio de indicios de movimientos navales y tropas del Pentágono en posiciones cercanas a las costas sirias.

Incluso los consejeros presidenciales han sugerido que en el plan se tenga en cuenta el modelo de intervención en Kosovo en 1999, realizado bajo el paraguas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que permitiría actuar sin un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, según informó The New York Times.

Obama ha dicho meses atrás en tono amenazante que las fuerzas de Bashar Al-Assad cruzarían una “línea roja” si utilizan armas químicas, lo cual podría desencadenar una respuesta militar de Estados Unidos.

Ante este escenario, el presidente del Comité de Asuntos Internacionales de la Duma (Cámara baja del Parlamento ruso) Alexéi Pushkov, expresó en su cuenta en Twitter: “Obama va de manera incontenible a la guerra en Siria, como (George) Bush fue a la guerra en Irak”.

El secretario estadounidense de Defensa, Charles Hagel, declaró el pasado domingo en Malasia que el mandatario demócrata pidió al Pentágono evaluar opciones para todas las contingencias y agregó que “lo hemos hecho y estamos preparados para ejecutar cualquier opción, si él decide emplear una de ellas”.

También como parte de la cruzada diplomática de Washington en busca de las presuntas pruebas contra Al-Assad, el secretario de Estado, John Kerry, hizo una serie de llamadas a los ministros de Exteriores de Jordania, Turquía y Arabia Saudita, así como al secretario general de la Liga Árabe.

La administración Obama anda a la caza del consenso para un esperado pretexto, al tiempo que Damasco niega rotundamente las acusaciones de haber utilizado armas químicas.

En respuesta, autoridades sirias abrieron puertas a una investigación sobre el terreno a cargo de un grupo de expertos de la ONU.

Empero, la opinión pública estadounidense no muestra disposición a involucrarse en otro conflicto costoso en el Oriente Medio, reveló una reciente encuesta.

Solo el nueve por ciento de los sondeados cree que el presidente debería tomar medidas contra Siria, mientras un 60 por ciento de los entrevistados expresó que Estados Unidos no debe intervenir en otra guerra.

Además, cerca del 46 por ciento de los ciudadanos se opondría a la acción militar contra ese estado árabe aun con el presunto argumento de las armas químicas, puntualizó la exploración.

La semana pasada, grupos de la llamada oposición armada acusaron al Ejército Árabe Sirio de efectuar un eventual ataque con gases tóxicos.

Damasco negó categóricamente las imputaciones, que calificó de burda manipulación para impulsar los añorados planes de intervención militar en el país.

Al mismo tiempo aportó más pruebas sobre la utilización de esos artefactos por parte de las fuerzas opositoras que intentan derrocar al presidente Bashar al Assad, las cuales cuentan con el apoyo político y logístico de Estados Unidos y algunos de sus aliados europeos y del Medio Oriente.

Sin embargo, a esta altura la administración de Obama dice tener muy pocas dudas de que las autoridades sirias no hayan utilizado un arma química, enfatizó la misma fuente citada por Bloomberg, en una postura que recuerda el guión seguido contra Irak en marzo de 2003.

En aquel momento el entonces presidente George W. Bush, el vicepresidente Richard Chenney, el jefe del Pentágono Donald Rumsfeld y el secretario de Estado Colin Powell, aseguraron que Bagdad tenía armas de destrucción masiva. Bajo tales argumentos, la población iraquí fue agredida mediante bombardeos, misiles, proyectiles con uranio empobrecido y fósforo blanco (principalmente en Falluyah), por parte de un contingente de 170.000 soldados de decenas de países, siempre con mayoría y liderazgo estadounidenses.

El Pentágono reportó unas 4.488 bajas fatales, así como 33.000 heridos, pero resultaron masacrados un millón de iraquíes.

La invasión, desatada y amplificada mediante una gran campaña de desinformación internacional, se justificó como una intervención militar preventiva que a la postre no encontró ni una sola arma de destrucción masiva en territorio iraquí.

Washington lo sabía. Una investigación de la Cámara de Representantes efectuada en 2004, reveló que Bush, Cheney, Powell y Condolezza Rice –a la sazón consejera de Seguridad Nacional– formularon 237 declaraciones engañosas sobre la amenaza que representaba Irak.