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En España, aparecen en diversos programas de radio y televisión tertulianos enfadados y exaltados que claman un día tras otro contra lo que ellos llaman «la dictadura bolivariana», sin importarles que el presidente de Venezuela haya sido elegido en las urnas por una mayoría de los votantes. Para enfatizar su discurso, califican al Gobierno de Maduro como «régimen», concepto que, en cambio, no utilizan para definir el proceso de otros Gobiernos democráticos, como los de Obama o Rajoy.

Denuncian la encarce-lación en Venezuela de líderes políticos opositores, pero en vez de informar de que esos políticos es-tán presos por alentar e instigar golpes de Estado contra el Gobierno, lo que hacen es utilizar la pena de sus mujeres de forma mezquina, haciéndoles mostrar a la cámara fotos antiguas de sus maridos, del día de su boda y con su familia. La búsqueda de sensacionalismo pretende evitar que se llegue al fondo del asunto: ¿Qué pasaría en España si un alcalde conspirase junto a militares para derrocar por las armas al Gobierno? ¿Tal vez lo mismo que allí?
Se quejan los tertulianos de que en Venezuela “no hay libertad de expresión”, pero para refrendarlo ofrecen testimonios de periodistas que desde allí mismo hablan contra su Gobierno con total libertad. Paradójicamente, esa pluralidad informativa que reclaman en Venezuela es la que no existe en España cuando se habla a diario, de forma obsesiva, sobre ese país. En los grandes medios de comunicación españoles (cuya línea editorial es en su amplia mayoría de derechas), todas las noticias que aparecen sobre Venezuela son negativas y la práctica totalidad de las entrevistas y artículos que aparecen, en relación a ese país, son a opositores y de opinadores contrarios al Gobierno.
No es casual, entonces, que en España la mayoría de la gente crea que en Venezuela hay una dictadura y que todo lo que pasa allí es terrible. Sólo se le muestra, de forma insistente, un único punto de vista, el opositor, omitiendo y generalmente falseando mucha parte de la realidad.
Ese tono altivo con el que tantos tertulianos pretenden dar lecciones sobre lo que es democracia y lo que no lo es, en absoluto es casual. Responde a una programada y evidente campaña de intoxicación mediática que busca, en primer lugar, vender el chavismo como el demonio para después equipararlo a Podemos y así, con la combinación de ambos factores, tratar de asustar a la gente y lograr que no vote a este partido en las próximas elecciones en España. Con esta campaña se busca también, paralelamente, crear una enorme cortina de humo que sirva como distracción para esquivar el debate de lo que más debería importarle a los españoles, que se supone que es lo que pasa en España.
Resulta no sólo llamativo sino sonro-jante ver cómo esos tertulianos gritan insistentemente que “aquí, en España, sí que tenemos democracia”. Y esa es una cuestión que hace pensar y preguntarse: ¿Cuál es su concepto de democracia?
Hay muchos elementos para rebatir esa rotundidad con la que jamás cuestionan la legitimidad democrática en este país. Para empezar, España es uno de los pocos países avanzados en el mundo que en pleno siglo XXI aún tiene instaurada una monarquía, con poderes otorgados hace muchos siglos se supone que por la gracia de Dios y restablecida hace cuatro décadas por el dictador Franco, como una de sus últimas decisiones antes de su muerte. La Casa Real española cobra anualmente una importante suma de dinero de los presupuestos del Estado (casi 8 millones de euros en 2015) y representa al país en multitud de actos. Aún hoy resulta utópico plantear que se someta por primera vez, en un referéndum, a la aprobación o el rechazo del pueblo español.
Resulta complicado hablar de democracia en España si recordamos que en el año 2011, quienes eran los principales partidos políticos (PSOE y PP) cambiaron el artículo 135 de la hasta entonces aparentemente inviolable Constitución por órdenes de la troika (a quien nadie había votado en España), sin someter esa decisión a referéndum popular.
Esa alergia del poder español a los referéndums se hace patente al comprobar la reciente negativa a permitir que el pueblo expresase su opinión en Cataluña (sobre su autodeterminación) y en Canarias (sobre las prospecciones petrolíferas). Ese reparo a escuchar a la gente, por miedo a que su voz no sea la que el poder quiere, no parece precisamente un claro ejercicio democrático.
¿Se puede decir que existe una democracia plena en un país cuyos sucesivos Gobiernos realizan recortes sobre  derechos laborales que a los trabajadores les costó tantas décadas de lucha conseguir? ¿Qué democracia es esta donde la tasa de desempleo es de las más altas del mundo (un 24%), y donde mucha gente de todo el territorio nacional (más de 68 mil lanzamientos en 2014) es desahuciada sin piedad por los bancos, verdaderos dueños del poder en el país?
España, donde PP y PSOE están envueltos en grandes tramas de corrupción (con los casos Gürtel, Púnica y, en Andalucía, el de los ERE), es uno de los países de la Unión Europea donde más crece el riesgo de exclusión social (cifrado actualmente en el 27,3% de la población, casi 13 millones de personas). ¿Habla eso de una alta calidad democrática?
Se indignan los medios de comunicación españoles cuando la policía venezolana frena las acciones de violencia que un sector de la oposición lleva a cabo en las calles con el fin de generar caos y desestabilización. “No hay libertad de expresión”, repiten entonces los medios, olvidando que hace apenas tres meses (en diciembre) se aprobó en España la llamada ‘Ley Mordaza’, mediante la cual, entre otras cosas, se limitan derechos ciudadanos fundamentales. Entre ellos, precisamente, el de manifestación.
Hay tantos ejemplos que muestran la endeblez de la democracia española que cabe hacerse esta otra pegunta: ¿No tienen memoria en la mayoría de medios de comunicación españoles, o más bien pasa que para tratar de ocultar las miserias propias fabrican miserias ajenas (en este caso, en Venezuela)?
El caso paradigmático de todo este desbordante cinismo lo encontramos al comprobar la muy diferente vara de medir que existe cuando se compara el profundo rechazo e indignación que produce en España el Gobierno venezolano (que ha sido elegido reiteradamente por su pueblo en las urnas), con la actitud servil que mostraron los grandes medios de comunicación cuando, por ejemplo, Gallardón le dio a Gadafi las llaves de la ciudad de Madrid, cuando Esperanza Aguirre visitó China para “estrechar lazos comerciales”, cuando el rey visita Marruecos en representación oficial o cuando ministros del Gobierno son fotografiados en sus reuniones con jeques de Arabia Saudí. Al ser cuestionados sobre cómo es posible que los gobernantes de España mantengan relaciones con países claramente dictatoriales, los tertulianos miran para otro lado y responden: “Son negocios”.
La conclusión que se extrae al repasar las múltiples aristas que presenta la democracia española es que lo que enerva e irrita a los tertulianos, convertidos en títeres de los grandes medios de comunicación, no es la falta de democracia de los países sino la imposibilidad de hacer en ellos los negocios a los que sí están acostumbrados en los territorios cuyos Gobiernos se someten a su voluntad y antojo empresarial.