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Como se esperaba, la reunión entre los presidentes de Estados Unidos y Cuba, que había generado enormes expectativas previas como hito en la recomposición de relaciones bilaterales, se robó la tapa de los diarios y el espacio central de los bloques de noticias internacionales.

The New York Times, que desde hace tiempo viene editoriali-zando por una nueva política hacia Cuba tituló «Obama recibe a Raúl Castro, haciendo historia», mientras que Gramma anunciaba: «VII Cumbre de las Américas, una cita histórica», subrayando «la condición histórica de una cita que ha trascendido, sobre todo, por la primera participación de Cuba en estos eventos. Los oradores coincidieron en saludar la presencia del presidente Raúl Castro aquí, así como la disposición de los gobiernos de Estados Unidos y Cuba para restablecer relaciones diplomáticas. Fue reiterado, también, el rechazo a la orden ejecutiva firmada por Obama que clasifica a Venezuela como una amenaza».
Telesur recogió de Obama una declaración en la que afirma que: «mi política será la de asegurarme que el pueblo cubano sea un pueblo próspero y que pueda entablar una conexión con el resto del mundo». «A medida que haya más intercambio a nivel comercial, va a haber un contacto más directo, mayor conexión entre los pueblos, va a reflejar positivamente los cambios»; mientras de Raúl Castro: «Ha sido una historia complicada pero estamos dispuestos a avanzar y a entablar la amistad entre nuestros pueblos (...) Avanzar simultáneamente entre las reuniones que se están llevando para el restablecimiento de nuestras relaciones».
La otra expresión del acercamiento cubano se dio en el encuentro empresarial paralelo a la Cumbre, al que con-currieron Dilma, Peña Nieto y Obama, y donde con connotados capitalistas se discutía cómo relanzar el comercio, las inversiones y circulación financiera en una «alianza para la prosperidad» en la que obviamente tendrían un papel privilegiado las corporaciones yanquis.
Raúl y miembros de la delegación cubana se habían reunido con el presidente ejecutivo de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, Tom J. Donohue, ligado a los republicanos y que ya estuvo en La Habana entablando negociaciones comerciales y de inversión. En este marco, Rodrigo Mal-mierca, ministro de Comercio Exterior cubano declaró que «En esta nueva etapa hemos ampliado nuestra visión sobre el papel de la inversión extranjera, reconociéndola como un elemento activo y fundamental para el crecimiento de determinados sectores y actividades» y planteó que Cuba necesita 2.500 millones de dólares anuales de inversión extranjera y presentó una cartera de proyectos por 8.710 millones.

Venezuela
Después de la ola de repulsa generada por el decreto intervencionista de Obama, éste, así como el gobierno de Maduro, buscaron bajar el nivel de confrontación con diversos contactos y declaraciones previas.
Nicolás Maduro, en su discurso insistió en que «Es un decreto irracional, desproporcionado, yo no me creo este cuento (...) de que fue una declaración, solamente» y agregó: «Estoy dispuesto a hablar con el presidente Obama sobre este tema con respeto cuando él quiera. Le he enviado mensajes a Obama y nunca ha respondido» [que ya se había retirado de la reunión]. Posteriormente, Obama y Maduro tuvieron una conversación informal, lo que abre las puertas a la negociación. La Casa Blanca informó que «El presidente Obama indicó el firme apoyo estadounidense a un diálogo pacífico entre las partes dentro de Venezuela. Reiteró que nuestro interés no está en amenazar a Venezuela, sino en apoyar a la democracia, la estabilidad y la prosperidad en Venezuela y la región».
Pese al apoyo a Maduro expresado por Correa, Raúl Castro y Cristina, primó entre los países latinoamericanos una línea que podría condensarse como «no a las sanciones, pero respeto a las reglas del juego democrático en Venezuela» y la propia Dilma habló a favor de la liberación de los presos de la derecha. Esto, que le plantea un límite a eventuales medidas más bonapar-tistas de Maduro en nombre de la «democracia», es funcional al interés norteamericano de arrinconar al gobierno de Maduro de cara a las elecciones parciales del segundo semestre donde especula que el chavismo sufra su primer derrota electoral a manos de la derecha.
Convergen en el esfuerzo por «contener» a Venezuela y orquestar una «transición» como salida a la crisis un amplio arco de posiciones, desde una colección de vetustos representantes de la derecha regional (la veintena de ex-presidentes que firmó una extensa declaración que constituye todo un programa para la «democratización» por derecha de Venezuela), al posicionamiento del gobierno progresista de Brasil en pos de la moderación.
En última instancia, lo que se le pide a Maduro, como expresa Cantelmi en Clarín, es que adopte «el nuevo realismo que imponen las circunstancias» siguiendo el ejemplo de Cuba para lograr un «deshielo» en las relaciones con Washington y recurrir a los capitales internacionales para salir de la crisis, a lo que cabe agregar que, todo esto, debe ser hecho «en democracia».

Dilma y Cristina, por separado
Cristina optó por endurecer en su intervención las críticas a Obama, ligan-do la declaración de Venezuela como «amenaza» a las provocaciones del Reino Unido en la ocupación de Mal-vinas, y en otros aspectos de la política hacia América Latina como en el tema narcotráfico y lavado de dinero. Con ello ganó espacio circunstancial en un escenario donde había bastantes claros en las butacas a la izquierda, pero sin ganar peso en el centro de la discusión. Es que el contenido de su discurso no fue mucho más allá del habitual, una forma de «golpear la puerta» con críticas pero al servicio de buscar una negociación, tras un largo enfriamiento de relaciones con Washington, bajo presiones en temas como el pago a los «fondos buitre», el virtual bloqueo de préstamos, las objeciones a los acuerdos con Irán, críticas de funcionarios yanquis, etc. y en proximidad de elecciones nacionales.

No hubo tandem argentino-brasileño en Panamá en cuestiones claves.
Brasil, cuyas definiciones indudablemente están llamadas a pesar mucho en los rumbos sudamericanos, llegó relativamente debilitado en su posicionamiento como líder regional con aspiraciones de autonomía, en medio de la recesión económica y la debilidad del gobierno petista. Dilma se reconcilió con Obama, como recoge la Folha de Sao Paulo: «Después de reunirse con Obama dio la crisis por el espionaje [de los servicios yanquis al gobierno barsileño y Petrobras] como superada», y bromeó con que si «Obama quiere saber algo, me va a llamar por teléfono a mí».
La presidenta enfatizó la voluntad de profundizar las relaciones y superar las tensiones con el país. «Tengo certeza de que nosostros vamos a poder construir otra asociación y otro nivel más elevado que el que ya tenemos». Uno de los focos de la próxima visita a Washington [el 30/06] será «la meta de Brasil de intensificar las relaciones comerciales con EUA. Brasil todavía tiene un déficit comercial de US$ 7,9 mil millones con EUA y quiere aumentar sus exportaciones en este momento. EUA es un socio comercial importante, porque compra principalmente manufacturados».
Este es uno de los reclamos de poderosos sectores de la patronal brasileña, que aspiran a un nuevo entendimiento con Estados Unidos.

No fue Mar del Plata
En Página 12, Telma Luzzani ubica a la Cumbre de Panamá en la estela de «Mar del Plata, en 2005, con su No Al ALCA fue la bisagra. Lejos habían quedado Miami y los presidentes que practicaban relaciones carnales. Ahora, en Panamá, quedó claro que EE.UU. ya no puede imponer, como antes, su agenda unilateral». Sin embargo, el rumbo es inverso. Entonces, no se había acallado el eco de los levantamientos populares que habían barrido a varios de los presidentes neoliberales más proyanquis y los gobiernos de Chávez, Lula y Kirchner estaban en su momento más alto. Bush, cuya estrategia internacional y latinoamericana de «unilateralismo» ya estaba en crisis, sufrió una dura derrota política mientras cobraban alas los proyectos latinoamericanistas. El ciclo reformista regional estaba en su fase ascendente y los aliados de EE.UU., como México, quedaban aislados.
Por supuesto, no hemos vuelto a 1994, cuando Bill Clinton inició estas cumbres como escenario para dirigirse a las semicolonias del Hemisferio que supuestamente seguirían disciplina-damente la orientación fijada por Washington, pero estamos muy lejos de Mar del Plata. En Panamá, el sentido general de la flecha es opuesto, aún en medio de las tensiones y diferencias, se tantea una recomposición de relaciones entre Estados Unidos y América Latina y no por nada la «noticia» fue el encuentro Obama-Raúl, símbolo de la distensión que Washington busca con Cuba.
Estados Unidos trata de adaptarse a las condiciones de su declinante hegemonía, pero buscando recuperar terreno económico, financiero y político. Obama toma en cuenta la relación de fuerzas en América Latina y la creciente presencia de China (y en menor grado de Rusia), en Latinoamérica, pero para explotar la decadencia del chavismo y los gobiernos progresistas, así como sacar partido de la relativa recuperación económica yanqui en contraste con la etapa de estancamiento en que ingresó América Latina.
Con este programa bajo el brazo fue Obama a Panamá, y no fue mal recibido por la mayoría de los asistentes, congregados para escuchar su agenda. Hubo tanto presión norteamericana y de sus aliados como críticas y reclamos latinoamericanos, pero primó el espíritu de conciliación.
La cumbre permitió también constatar que, ante esta estrategia de «retorno de Estados Unidos a América Latina» queda en crisis y estratégicamente a la deriva la ilusión de un bloque regional independiente de Estados Unidos en base a instituciones «autónomas» como UNASUR, y de hecho, a pesar de algunos consensos (como la oposición a que EE.UU. pueda realizar sanciones e intervenciones unilaterales en la región), en Panamá se expresaron el pragmatismo y el «cada uno regatea por su cuenta», algo de lo que dio cuenta también la distinta ubicación de Venezuela y Cuba, cuya estrecha alianza apareció desdibujada más allá de la solidaridad elemental ante la prepotencia yanqui.
Hay un «diálogo de las Américas» en marcha. Así, el saldo de la Cumbre no es tan malo para Estados Unidos: se abre más claramente la discusión de un «nuevo orden» regional. Si en el próximo período avanza la recomposición de relaciones y los negocios en Cuba, así como logran culminar el proceso de paz en Colombia, que tiene a La Habana por anfitrión y «garante» y que en la cumbre recibió un nuevo espaldarazo de Obama en su encuentro con el presidente Santos. Si a esto se agrega un «encarrilamiento» de la crisis venezolana hacia una solución «poschavista», además de lograr un nuevo entendimiento con Brasil como el que podría avanzar con la próxima visita de Dilma a la Casa Blanca, entonces el propósito de Estados Unidos de recuperar influencia por medio de la «doctrina Obama» de sonrisas y diálogos (lo cual no obvia el consabido garrote, por supuesto) habrá avanzado unos cuantos pasos.
La posibilidad de un «nuevo orden» de subordinación renegociada al imperialismo no ha encontrado aún su «gramática» (según dicen los analistas del think tank imperialista Stratfor), demás está decir que hay grandes contradicciones, en el contexto de una crisis capitalista mundial y de hegemonía imperial que están lejos de ser manejables, pero su búsqueda es el trasfondo de los movimientos actuales en la relaciones entre Estados Unidos y América Latina, una de cuyas claves es socavar el fuerte sentimiento antiimperialista que vive entre la población trabajadora de nuestros países. De Panamá, como de este «diálogo» no puede venir nada bueno para los pueblos del continente.